miércoles, 1 de abril de 2015

¿Qué es la filosofía?


¿Qué es la filosofía? es ya una pregunta filosófica. Si recurrimos a los filósofos vamos a encontrar que difícilmente se pongan de acuerdo sobre lo que es, sobre cuál es su finalidad o para qué sirve.
En esta entrada proponemos echar un vistazo a lo que algunos filósofos dicen acerca de la filosofía. La intención no es dar una definición acabada ni privilegiar alguna definición sobre otra. Por el contrario, creemos que la riqueza de la filosofía se encuentra en la variedad de ideas y en las posibilidades que esta nos ofrece de sacar nuestras propias conclusiones.


En su libro "Historia sencilla de la filosofía", Rafael Gambra dice: "el concepto de filosofía permanece aún hoy bastante oscuro para la generalidad de los hombres".  En general se piensa que la filosofía es algo difícil y misterioso. Esto se debe a que durante muchos años la filosofía se encontró encerrada en las universidades o en las bibliotecas, y por lo tanto pasó a a ser una especialidad para unos pocos. 

Sin embargo, dice Gambra también dice que la filosofía es "la actividad más natural del hombre", y para comprenderlo nos propone el siguiente ejemplo:
"Imaginemos a un hombre que salió de su casa y ha sufrido un accidente en la calle a consecuencia del cual perdió el conocimiento y fue trasladado a una clínica o a una casa inmediata. Cuando vuelve en sí se encuentra en un lugar que le es desconocido, en una situación cuyo origen no recuerda. ¿Cuál será su preocupación inmediata, la pregunta que enseguida se hará a sí mismo o a los que le rodean? No será, ciertamente, sobre la naturaleza o utilidad de los objetos que ve a su alrededor, ni sobre las medidas de la habitación o la orientación de su ventana. Su pregunta será una pregunta total: ¿qué es esto? O, mejor, una que englobe su propia situación: ¿dónde estoy?, ¿por qué he venido aquí?"
Y continúa:
"la situación del hombre en este mundo es en un todo semejante. Venimos a la vida sin que se nos explique previamente qué es el lugar a dónde vamos ni cuál habrá de ser nuestro papel en la existencia. Tampoco se nos pregunta si querernos o no nacer. Cierto que, como no nacemos en estado adulto sino que en la vida se va formando nuestra inteligencia; al mismo tiempo nos vamos acostumbrando a las cosas, a verlas como lo más natural e indigno de cualquier explicación. A los primeros e insistentes ¿por qué? de nuestra niñez responden nuestros padres como pueden, y el inmenso prestigio que poseen para nosotros de una parte, y la oscura convicción que tiene el niño de no estar en condiciones de llegar, a entenderlo todo, de otra, nos hacen aceptar fácilmente una visión del Universo que, en la mayor parte de los casos será definitiva e inconmovible.
Sin embargo, si adviniéramos al mundo en estado adulto, nuestra perplejidad sería semejante a la del hombre que, perdido el conocimiento, amaneció en un lugar desconocido. Si este mundo que nos parece tan natural y normal fuera de un modo absolutamente distinto nos habituaríamos a él con no menor dificultad. Llegada la inteligencia a su estado adulto suele, en algún momento al menos, colocarse en el punto de vista del no habituado, de su nesciencia profunda frente al mundo y a sí mismo. En ese instante está haciendo filosofía. Muchos hombres ahogan en sí esa esencial perplejidad, ellos serán los menos dotados para la filosofía; otros la reconocen como la única actitud sincera y honesta y se entregan a ella. Éstos serán —profesionales o no— filósofos." (Rafael Gambra, Historia sencilla de la filosofía)
Por lo tanto, la filosofía no es algo extraño ni misterioso. Cómo decía Heidegger, la filosofía no se encuentra fuera de nosotros, sino que está dormida en nuestro interior; solo se trata de ponerla en marcha.

Como muestra Gambra en su ejemplo, una de las cosas que ponen en marcha el pensar filosófico es el asombro. El asombro nos incita a preguntar y las preguntas nos motivan a buscar respuestas.

Dice el filósofo J. Gaarder: 
"Lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es la capacidad de asombro. Todos los niños pequeños tienen esa capacidad. No faltaría más. Pero conforme van creciendo, esa capacidad de asombro parece ir disminuyendo."  (Gaarder, El Mundo de Sofía)
No precisamos demasiado para filosofar, no es necesario ir a la universidad ni haber leído determinada cantidad de libros. Solo precisamos dejar que nuestro asombro aflore y no tener miedo de preguntar. Por eso dice Gaarder que los niños son buenos filósofos. Nadie mejor que  ellos para sorprenderse del mundo y torturarnos con sus preguntas. 

Filosofar es algo muy natural, podríamos decir que todos "nacemos filósofos". Sin embargo, en cuanto vamos creciendo esta capacidad va disminuyendo. ¿Por qué?


El problema está en la costumbre. Nos acostumbramos tanto a las cosas que las naturalizamos y dejamos de interesarnos en ellas. Hay un relato de Eduardo Galeano que refleja perfectamente esta situación:
"Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla. En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se había hecho, por algo sería. Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre pintura fresca." (Eduardo Galeano, El libro de los abrazos, La burocracia 3.)

En el relato de Galeano hay una orden que cumple desde mucho tiempo atrás. Nadie conoce el origen de esa costumbre, pero todos la cumplen. Nadie sabe "por qué" hay que custodiar el banquito, no se conocen las causas, la razón, el porqué. Hasta que a alguien se le ocurre preguntar. Eso es precisamente lo que hace la filosofía, pregunta, indaga, busca conocer las causas, pone a prueba los fundamentos, critíca. Ya Aristóteles en el siglo V a.C. definía a la filosofía como la disciplina que indaga las causas y los principios. Sin embargo el filósofo griego concebía a la filosofía como un saber. Algunos filósofos modernos y contemporáneos en cambio la definen como una relación con el saber. Fernando Savater, por ejemplo dice: 
"Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber (...) Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar lo que conocemos mal o no conocemos aunque creamos conocer"

Otra de las causas por las cuales dejamos de filosofar las encontramos en los dogmas que abundan en nuestra sociedad. Hay ideas que, ya fuera por el peso de la tradición y la costumbre, o bien creencias religiosas, nos impiden pensar.  El filósofo argentino Eduardo Rabossi dice en unos de sus textos:

"El filósofo puede llegar a convencerse de que existen verdades básicas. Pero no puede considerar que está eximido de fundamentarlas racionalmente, ni que pueden quedar al margen de la crítica racional. En el momento mismo en que admitiera tales cosas, dejaría de ser filósofo."
Es en este sentido el filósofo es todo lo contrario a un dogmático. Si bien suele definirse a la filosofía como la búsqueda de la sabiduría, muchas veces la filosofía se enfrenta a la sabiduría. Es por eso que también se habla de la filosofía como una "crítica radical". Dicen Cerletti y Kohan:
"La filosofía como crítica radical es la superación de la inmovilidad a que conduce la aceptación acrítica de esas percepciones e interpretaciones, la contemplación pasiva del estado de las cosas. Es la puesta en cuestión de los supuestos y fundamentos de estos ordenamientos, removiéndolos, movilizándolos, mostrando su contingencia y arbitrariedad (...) El impulso primero de nuestra filosofía -y la de un Heráclito, un Sócrates o un Foucault- es el intento de superar la fijeza e inmovilidad que presenta cualquier orden establecido."

La filosofía, entonces, no solo puede ser puesta en marcha por el asombro, sino también por una actitud de rebeldía ante una incomodidad, es la sensación de que "algo anda mal" lo que  mueve a filosofar, porque hay algo que debe ser examinado, criticado, puesto en duda. 

Esa actividad crítica de la filosofía atenta contra el orden establecido, contra la costumbre, contra la tradición. Es por eso que Gambra dice que hay que colocarse en "el punto de vista del no habituado" para hacer filosofía. Para no caer en el adormecimiento de la costumbre.

Al respecto Foucault dice:
"Hay momentos en la vida en que los que la cuestión de saber si se puede pensar distinto de cómo se piensa y percibir distinto de cómo se ve es indispensable para seguir contemplando o reflexionando (...) ¿qué es la filosofía hoy (quiero decir la actividad filosófica) sino el trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo? ¿Y si consiste, en vez de legitimar lo que ya se sabe, en emprender el saber cómo y hasta dónde sería posible pensar distinto?" (Michel Foucault, El Uso de los Placeres, Prólogo, 1984)
Desde esta perspectiva, la filosofía es el ejercicio de reflexionar sobre nuestro modo de pensar. Es decir, es el pensamiento que se piensa a si mismo. "¿Por qué pensamos como pensamos?" es la pregunta filosófica por excelencia. Esta actividad crítica sirve -según Foucault- para intentar "pensar  distinto". Ahora bien, ¿por qué es necesario "pensar distinto"?  

A esta pregunta podemos responder con Russell:
"El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales de su tiempo y su país (...) sin el consentimiento deliberado de su razón". 
Desde pequeños se nos dice qué y cómo son las cosas: en nuestra familia, en la escuela, en la iglesia, en nuestro hogar mientras miramos televisión. La mayor parte de nuestras ideas provienen del mundo exterior, de nuestro contexto. Se nos enseña desde chicos qué está bien y qué está mal, crecemos con esas ideas, y como en el relato del soldado, olvidamos el origen de estas ideas a causa de la costumbre. Pero cuando preguntamos ¿Por qué esta bien? ¿Por qué está mal? nos enfrentamos no solo al orden establecido y la costumbre, sino también a nosotros mismos.

Cuando Foucault habla de la curiosidad que lo lleva a filosofar aclara:
"Se trata de la curiosidad, esa única especie de curiosidad, por lo demás, que vale la pena de practicar con cierta obstinación: no la que busca asimilar lo que conviene conocer, sino la que permite alejarse de uno mismo". (Fouacault, Idem) 
Enfrentarnos con nosotros mismos, es decir, con nuestros modos de pensar, de actuar, de vivir, esa es la misión de la filosofía. En un principio puede parecer negativa, pero muy al contrario, solo mediante este enfrentamiento (la crítica, la puesta en duda, el replanteo de nuestros modos de ser y de pensar) nos permitirá buscarnos, elegirnos, encontrarnos.

"Conócete a ti mismo" decía Sócrates. Este conocimiento que buscaba la filosofía desde sus orígenes, era un conocimiento existencial, que  permitiera elegirnos y liberarnos. Que nos permitiera vivir de un modo auténtico. Pero antes tendremos que pasar por un largo y solitario camino, el camino de la duda, de la de la incertidumbre. Como dice Foucault, antes tendremos que alejarnos de nosotros mismos (de que hicieron de nosotros) Estas cosas que están tal mal vistas en nuestras sociedad pueden llegar a ser muy positivas.

Escuchemos nuevamente a Russell:
"El disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser (...) y guarda vivo nuestro sentido de la admiración, presentando los aspectos familiares en un aspecto no familiar"
Que lo familiar se vuelva extraño, que nuestras mayores certezas naveguen en un mar de dudas. Para hacer filosofía hay que tener valor, hay que animarse a emprender un camino incierto que no sabemos donde nos puede llevar. 

La duda, la crítica, el enfrentamiento a los más conocido, a lo más familiar, ese alejarse de uno mismo, nos enfrentan a los desconocido. 

Se dice que Sócrates fue considerado el hombre más sabio de toda Grecia y que sin embargo decía "no saber nada". Esta contradicción no es casual. Sócrates sabía lo importante y positiva que era la ignorancia. Si la filosofía busca la sabiduría es porque no la posee. El filosofo no sabe, no es un sabio. Es alguien que busca saber porque reconoce su ignorancia. Gustavo Santiago dice:
"La filosofía no se construye sobre saberes, sino sobre ignorancias. Quien cree saber no busca el saber. De este modo, cualquier persona está en condiciones de ingresar a la filosofía, no necesita acreditar saberes previos" (Gustavo Santiago; Intensidades Filosóficas)

Esto desmitifica la idea de que la filosofía es algo difícil, que hay que saber mucho para  hacer filosofía, que hay que haber estudiado, leído un montón de libros, etc etc. Sócrates nunca escribió, y si bien sabía leer, nunca recomendó un libro. Su actividad filosófica se basaba en el diálogo y el exámen de las opiniones propias y ajenas. Son precisamente las preguntas lo que lo llevaron a la muerte. No sus opiniones. 

Onfray, en su libro Cinismos nos cuenta cómo en sus orígenes la filosofía estaba asociada a un "modo de vida". Al recordar a su maestro dice: "Conocer a los filósofos que nos enseñaba equivalía a poner en tela de juicio la propia vida."  Es que los filósofos antiguos hacían filosofía de un modo muy particular. Para darnos una idea Onfray nos regala esta imagen:

"Al punto uno comprende qué podía significar la práctica de la filosofía en un foro o en un agora helenística. Allí donde pasan todos, entre un mercado improvisado y un nicho votivo, el filósofo habla y entrega su palabra al público. Entonces se examinan todas las cuestiones posibles: la muerte y la naturaleza de los dioses, el sufrimiento y el consuelo, el placer y el amor, el tiempo y la eternidad. En medio de los olores y los murmullos, las ráfagas de calor y los perfumes de las piedras caldeadas hasta ponerse blancas, la sabiduría llega a ser un arte."

Sócrates, Diógenes, Epicuro, esos filósofos antiguos no se recluían para meditar, salían a la calle, se dirigían al mercado, a la plaza pública. La filosofía nace unida al diálogo, a la reflexión ética y política, pero no a una reflexión individual, sino colectiva. La filosofía se hace con los otros, nace de la confrontación, de la variedad de ideas, de la refutación y la búsqueda de argumentos para convencer a los otros. 

Si la filosofía se fue recluyendo cada vez más fue a causa de las instituciones que vieron en su uso un peligro: la iglesia en primer lugar, pero también los estados modernos con sus universidades y sus centros educativos. La filosofía quedó encerrada, confinada a algunos recintos y para unos pocos. Se convirtió poco a poco en mera "palabrería", en discursos puramente teóricos e inútiles. 

Es hora de sacar a la filosofía de este encierro, es hora de poner en marcha el filosofar nuevamente, en todos lados, en la calle, en la escuela, en nuestros hogares. Es hora de revisarnos a nosotros mismos y a los otros, pero sobre todo con los otros. Es hora de animarse a reconocer la propia ignorancia y dejarnos interpelar por la duda. Es hora de aventurarse a pensar distinto. Para eso hay que tomar riesgos, el riesgo que implica alejarnos de nosotros mismos, de lo que somos, y de todo o que amamos. Pero es necesario que nos alejemos, incluso a riesgo de perdernos, para empezar a buscarnos y poder elegirnos.


Alejandro Rodriguez

  


No hay comentarios:

Publicar un comentario